Michel Warschawski, también conocido como Mikado (Estrasburgo, Francia, 1949), es un activista israelí, presidente del Centro de Información Alternativa. Es conocido por su militancia comunista y por sus posiciones políticas contrarias al sionismo.1 http://es.wikipedia.org/wiki/Michel_Warschawski
"El Estado judío, tan étnicamente puro como sea posible, es la esencia del sionismo político y el cimiento del consenso nacional israelí. La exclusión o la separación de los palestinos es el objetivo común tanto de la derecha como de la izquierda sionistas. El gran debate común de la izquierda y la derecha sionista después de decenios gira en torno a los medios para alcanzar ese objetivo" Michel Warschawski
Publicado en: https://www.nodo50.org/csca/palestina/warchavski_14-08-02.html
Estado, nación y nacionalismo:
la actualidad del sionismo
Michel Warschawski
Revue Tiers Monde, núm. 114, octubre-diciembre, 1994
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.csca.org/csca),
14-08-02
"El Estado judío,
tan étnicamente puro como sea posible, es la esencia del
sionismo político y el cimiento del consenso nacional
israelí. La exclusión o la separación de
los palestinos es el objetivo común tanto de la derecha
como de la izquierda sionistas. El gran debate común
de la izquierda y la derecha sionista después de decenios
gira en torno a los medios para alcanzar ese objetivo"
Como todas las modas, el postmodernismo ha penetrado en Israel
con más de cinco años de retraso y una de las expresiones
que ha adoptado esta nueva moda intelectual es la del denominado
postsionismo. En los círculos intelectuales de
Tel Aviv hoy en día está bien visto hacer del sionismo
una cuestión cultural que habría tenido sus horas
de gloria hasta el año 1967 -algunos dicen 1948- y que
hoy habría entrado a formar parte del pasado.
Sin embargo, el sionismo no es un fenómeno cultural
sino una realidad política determinada por intereses muy
concretos que posee mecanismos muy reales y que, sobre todo,
produce unas cotas de sufrimiento que no tienen nada que ver
con cualquier moda intelectual. Para el campesino de Yabal, en
Cisjordania, al que le han confiscado las tierras, el sionismo
que conocieron sus padres y sus abuelos sigue siendo neto y está
bien vivo porque sigue haciendo estragos por muchas definiciones
nuevas que quieran darle los intelectuales de izquierda del Instituto
Van Leer de Jerusalén.
Este debate sobre la actualidad del sionismo no es una discusión
teórica ni una simple cuestión de semántica.
Tiene implicaciones directas para el análisis de la política
israelí actual y en particular para el significado que
se deriva de la Declaración de Principios de Oslo (DPO):
¿se trata, como muchos suponen, de una ruptura con la
política anterior o, por el contrario, de su continuidad?
El carácter futuro de la entidad palestina en formación
depende, evidentemente, de la respuesta a esta cuestión.
En este artículo intentaremos demostrar que la continuidad
que enlaza la ideología sionista original con la realidad
contemporánea del Estado de Israel y la permanencia de
conceptos nacionalistas excluyentes -que no sólo implican
las prácticas de depuración étnica sino
que entrañan asimismo un totalitarismo cultural en la
sociedad judía-israelí- enajenan, por ello, toda
forma de pluralismo y de permanencia de las múltiples
tradiciones judías de la diáspora. Finalmente,
intentaremos ver en qué medida la DPO rompe con esta lógica
o, al contrario la perpetúa, y qué puede significar
a largo plazo para el futuro del Estado judío y de la
sociedad israelí.
Sionismo y nacionalismo
Al comienzo estaba el Estado-nación. No se puede comprender
el sionismo sin evaluarlo como el producto directo del nacionalismo
del siglo XIX, del concepto del Estado-nación y de la
incapacidad de este último para poner fin al antisemitismo.
Fue el brote de antisemitismo que reveló el caso Dreyfus
lo que llevó al padre del sionismo, Theodore Herzl, a
buscar una solución al problema judío más
allá de los Estados-nación en los que vivían
las comunidades judías de Europa con la perspectiva de
crear un Estado-nación para la
nación judía.
El postulado sionista número uno es que el antisemitismo,
al igual que cualquier otra forma de exclusión, es un
fenómeno natural y, por tanto, inevitable
[1].
El concepto de nación que sostiene el sionismo es
un concepto racial de la nación y el rechazo de los judíos
de la comunidad nacional francesa o alemana es, por ello, natural,
es decir justificada. Así pues, para normalizar la situación
de los judíos hay que: a) sacar a los judíos de
su posición minoritaria en el seno de las naciones; b)
reagrupar a los judíos en un lugar donde formarán
la
Nación; c) crear un Estado-nación; d)
excluir de la comunidad nacional a la población indígena,
si es que existe en ese lugar donde el sionismo cree su Estado-nación.
Este concepto, en el que se percibe claramente la influencia
de ciertas filosofías nacionalistas de finales de siglo
XIX, tiene implicaciones extremadamente reaccionarias. En primer
lugar, frente al antisemitismo (y a cualquier otra forma de exclusión)
que, como
fenómeno natural e ineludible, no puede
ni debe ser combatido. La lucha por el derecho de los judíos
a vivir libres y en igualdad en las sociedades donde se encuentran
es a la vez utópica y peligrosa; solo la emigración
hacia el
Hogar nacional judío tiene sentido y merece
ser apoyada. Por ello el antisemitismo tiene su lado positivo
[2] y la colaboración con regímenes o movimientos
antisemitas no puede excluirse a priori.
La segunda implicación concierne evidentemente a los
árabes de Palestina cuya existencia misma entra en conflicto
con el proyecto sionista. La depuración étnica
(garantizar el Estado de Israel como
Estado judío)
se inscribe en este proyecto como el genocidio está inscrito
en la conquista del oeste norteamericano, El conflicto israelo-palestino
no es el resultado del
terrorismo o del
rechazo árabe
ni de esta o aquella política de los diferentes dirigentes
israelíes, sino la esencia misma del sionismo y la filosofía
que lo sustenta. Se afirma con frecuencia que el sionismo no
es un racismo anti-árabe; es cierto, en la medida en que
el nacionalismo granserbio no es un racismo antibosnio o antialbanés.
Pero se trata, tanto en un caso como en el otro, de una definición
muy estrecha del racismo, basándose únicamente
en las intenciones y no en la lógica intrínseca
de un movimiento que se fija por objetivo la Gran Serbia o el
Estado judío rechazando tener en cuenta la realidad étnica
o nacional sobre el terreno.
Si nos centramos en la lógica sionista, se descubre
una tercera implicación que está cargada de peligros
para el proyecto sionista. En efecto, en la lógica de
la exclusión étnica o nacional, el Estado judío
como elemento ajeno al oriente árabe es visto como un
conflicto permanente con su entorno geo-nacional y, a largo plazo,
condenado a la destrucción. Yugoslavia está aquí
para hacernos recordar, de manera trágica, que no hay
fin para la lógica de la exclusión y que todo el
que
desaloja [población] puede ser
desalojado.
En nombre de la pureza étnica se quiere un Estado judío;
en nombre de la misma filosofía se podría querer
un Oriente Medio árabe.
El Estado-nación, en su definición étnica,
implica necesariamente una relación privilegiada para
la raza, etnia o nacionalidad dominante, y una relación
de subordinación y discriminación hacia los residentes
-ciudadanos o no- que no pertenezcan a la nacionalidad dominante.
A través del proceso de colonización de Palestina
esta relación de dominación tomará formas
diversas pero provocará también divergencias importantes
entre los principales componentes del movimiento sionista y,
más tarde, de la clase dirigente israelí.
El sionismo como colonialismo de
expulsión
Para establecer un Estado nacional judío en alguna
parte del mundo, fue necesario en primer lugar tomar posesión
de un territorio. Aquí, el sionismo también se
comportó como el producto de su época, la época
colonial en la que Europa estableció sus imperios a través
de África y Asia. Es un hecho conocido que los dirigentes
sionistas de principios de siglo se dirigieron a las grandes
potencias de la época, desde el imperio zarista hasta
el imperio británico, para convencerles de que apadrinasen
el movimiento colonial sionista que, a cambio, se encargaría
de defender los intereses de la potencia imperial que le apoyase
[3]. En aquella época, los sionistas no tenían
ningún rubor en llamar a un gato, gato y a una colonia,
colonia. Todos los conceptos que describen la empresa sionista
en Palestina forman parte del vocabulario colonialista:
Yishouv
(colonia),
Hityashvut (colonización),
Tnuat
Hahityashvut (movimiento colonial), etc. Mucho después,
los sionistas de izquierda tratarían de disimular la naturaleza
de la empresa de la que formaban parte de igual modo que evitaron
toda descripción del sionismo como empresa colonial.
La primera actitud del movimiento colonial sionista a la población
indígena fue la de ignorarla. Es una actitud colonialista
clásica ignorar a los indígenas como realidad humana,
mucho más como realidad nacional. Contrariamente a Herzl
que tomó en consideración a la población
indígena en sus planes, los colonos que llegaron a Palestina
no veían en los árabes autóctonos más
que uno de los elementos del paisaje local. Un elemento molesto,
como el terreno cenagoso, la malaria o las piedras que había
que quitar para trabajar la tierra. "Si hay árabes,
entonces todo nuestro proyecto debe ser cuestionado", afirmó
uno de los padres fundadores del sionismo en un singular momento
de lucidez moral. Lo interesante de esta declaración,
es su modo condicional, como si se ignorase que Palestina estaba
poblada con más de un millón de palestinos.
Como todos los otros obstáculos al proyecto sionista
había que despejar el terreno de sus indígenas
mediante los tres mandamientos del sionismo: redención
de la tierra, a saber, comprar la tierra a los propietarios absentistas
con la condición de que los campesinos árabes fuesen
expulsados; conquista del trabajo, es decir, expulsar a los trabajadores
árabes del mercado laboral, y, particularmente, una vez
creado el sindicato Histadrut, fijar su objetivo en el empleo
exclusivo de mano de obra judía mediante el boicot, las
subvenciones y los actos de violencia; comprar productos judíos
boicoteando (destruyendo) los productos árabes.
Es alrededor de estos tres ejes como se constituyó
la
Yishouv, la colonia judía, al lado de la sociedad
árabe y en respuesta a ella. La guerra de 1948 permitirá
rematar ese proceso mediante la expulsión (y el rechazo
a permitir su retorno) de más de 6000.000 árabes
y mediante la ampliación de la Yishuv, convertida en tierra
de Israel más allá de sus límites anteriores
a 1948 y más allá del territorio atribuido por
la ONU al Estado judío.
Siendo el objetivo del colonialismo sionista crear un Estado
nacional judío, la relación con los palestinos
no es una relación de explotación, sino de exclusión,
de expulsión. Todo el debate sobre la salida de los refugiados
palestinos de 1948 -se fueron por su propia iniciativa o fueron
expulsados- es un entretenimiento. La esencia misma del sionismo
y los cuarenta años de su historia en Palestina anteriores
a 1948 se caracterizan por la exclusión-expulsión,
precisamente porque la meta del sionismo es el Estado nacional
judío. Que hubiera consignas explícitas de expulsión
o no, no es relevante, cada uno sabía lo que tenía
que hacer, incluidos los palestinos.
El 'Estado judío'
En coherencia con la ideología y la práctica
sionistas anteriores a su constitución, el Estado de Israel
no es el Estado de sus ciudadanos, sino, como bien lo indica
la Declaración de Independencia que sigue siendo en la
actualidad el único documento cuasi constitucional en
vigor,
el Estado del Pueblo judío. Si se quiere,
la nacionalidad israelí otorga derechos de ciudadanía
pero sólo la pertenencia al pueblo judío (cualquiera
que sea su nacionalidad) permite pertenecer al colectivo realmente
soberano. Para apoyar esta soberanía judía se ha
creado todo un cuerpo de leyes específicas: después
de la Ley del Retorno que reconoce la ciudadanía automática
a cualquiera que tenga un ascendente judío (hasta los
abuelos), hasta la Ley Fundamental de la Tierra, que otorga la
propiedad y la pertenencia de la misma al
pueblo judío
(a través del mundo) y no a la nación israelí.
Cuestionar el carácter judío del Estado de Israel
es -desde que se aceptara en la Knesset la Ley Fundamental al
final de las años 80- motivo suficiente para descalificar
una lista electoral, al igual que la nueva Ley sobre los partidos
políticos que exige, para ser reconocido como partido
político, ratificar la definición de Israel como
el Estado del pueblo judío. La reivindicación misma
de una transformación de Israel en un Estado democrático
en el que todos los ciudadanos sean iguales es considerada como
una traición o, al menos, como una descalificación
para participar en el debate democrático. Se dirá
que esto puede cuestionar la expresión mayoritaria del
17% de ciudadanos palestinos pero precisamente en la óptica
sionista, la opinión de la minoría palestina no
se toma en cuenta sino en un marco constitucional, ideológico
y político predeterminado por la nación judía
dominante.
Las leyes son sólo un aspecto, el más importante,
de la discriminación a la que están sometidos los
ciudadanos palestinos de Israel. Toda la práctica política
y cultural del país se muestra como si los árabes
no existiesen. En la asignación de los presupuestos, en
la definición de las regiones de desarrollo prioritario,
no hay jamás criterios objetivos y universales, de manera
que las aldeas árabes son sistemáticamente marginadas.
Si la discriminación es demasiado evidente, el Estado
se retira y cede la competencia al Fondo Nacional Judío
o a la Agencia Judía, instituciones paraestatales que
representan al pueblo judío y formalmente independientes
de las estructuras del Estado. A veces también se recurre
a la noción de "familia bajo la jurisdicción
del ejército" para poder dar a las familias judías
lo que se les niega a las árabes, incluyendo en esta definición
a los parientes más lejanos que, de hecho, viene a querer
decir, a todos los ciudadanos judíos.
Si la administración militar que tenía al conjunto
de la población árabe de Israel bajo su tutela
y su control se abolió en 1965, el ciudadano árabe
permanece excluido del colectivo nacional. En 1993, la Knesset
rechazó de nuevo incluir diputados árabes en ciertas
comisiones y la coalición de centro-izquierda se negó
a integrar a los partidos de base mayoritariamente árabe
con los que había alcanzado un acuerdo político,
inventando el concepto de
mayoría de bloqueo, es
decir, una estructura en la que los partidos tienen todos los
deberes de un partido gubernamental pero ningún derecho
sustancial. Si en el caso de las comisiones de la Knesset se
evoca todavía la
doble lealtad de los árabes
de Israel, el argumento que justifica su exclusión en
la coalición gubernamental es más directo: las
decisiones políticas importantes no pueden tomarse con
una mayoría obtenida gracias a los diputados árabes.
Para aprobar la retirada [del ejército israelí]
del Golán, por ejemplo, hace falta una mayoría
judía. Hay que señalar que el gobierno israelí
se presenta como el gobierno del pueblo judío y no como
el gobierno de los ciudadanos israelíes.
Nación judía y nación
israelí
El segundo postulado del sionismo estipula que, soberanos
y mayoritarios, los judíos se
normalizarán,
y que el Estado judío engendrará un
judío
nuevo, liberado de las
taras producidas por dos mil
años de exilio.
Ignoremos los fuertes tintes antisemitas que emana este postulado
y veamos sus implicaciones en la formación de la nación
judía de Israel. En primer lugar el derecho que se abroga
el sionismo de manipular a las comunidades judías de la
diáspora. En efecto, si se trata de comunidades degeneradas,
es el deber del sionismo extraerlas de su entorno insano, sin
tener en cuenta su propia voluntad
[4]. Así se
explica que, agentes sionistas colocaran bombas en las sinagogas
de Bagdad y negociaran un mercadeo sórdido con Nuri Saad
con el fin de transferir aceleradamente a los judíos iraquíes
hacia Israel, o que a los judíos de Yemen se les dijera
que los aviones que iban a recogerles eran las
alas de las
águilas del mesías del que habló el
profeta. De igual modo, se explica así que Arlozorov se
las manejase para negociar indecentemente con el régimen
nazi a fin de transferir judíos alemanes (individuos y
bienes) a Palestina, o que en Malta Gorbachov y Reagan regateasen
sin escrúpulos para que la emigración judía
soviética fuese orientada hacia Israel exclusivamente.
Se trata en definitiva de re-escribir la historia judía
y de describir al judío de la diáspora de tal manera
que se adapte a los postulados sionistas: un judío pasivo,
miserable, cobarde, improductivo, que ha vivido dos mil años
de opresión en diversas naciones, una diáspora
considerada como un largo paréntesis de vergüenza,
entre la soberanía judía de la época bíblica
y el renacimiento de la soberanía judía en Eretz-Israel.
De golpe, se ignoran la edad de oro judeo-árabe en la
España medieval, o la rica cultura yiddish de la Europa
oriental, o las aportaciones esenciales de los judíos
a la cultura europea moderna, o incluso la convivencia que ha
caracterizado una parte importante de la existencia judía
en el mundo árabe-musulmán. Son dos milenios de
Amalek a Hitler, en un gueto, en campo de exterminio planetario
que no se da por terminado.
Esta falsificación de la historia judía tendría
solo una importancia teórica y cultural si no fuera por
la implicación directa que tiene sobre la mayoría
de los ciudadanos judíos de Israel. En efecto, desde esa
óptica de ruptura, los pioneros sionistas crearon un modelo
de
judío nuevo que debía emerger de las
ruinas del judío de la diáspora. Para ello, fue
necesario aniquilar la memoria y la identidad cultural de las
diversas comunidades inmigrantes judías y modelar, como
en un crisol, una nueva identidad judía. Contrariamente
a la imagen de crisol de la que abusa la propaganda del Estado,
no existe la mezcla de identidad sino la creación
ex
nihilo de un israelí que debe ser la negación
del judío de la diáspora. No es casual que el pionero
sionista de la segunda inmigración cambiase la vestimenta
del judío tradicional de la Europa del Este, por un traje
muy fuertemente influenciado por la vestimenta beduina, o mejor
dicho, por la imagen orientalista infundida en los inmigrantes
judíos que venían de Europa.
El sionismo desposeyó a los judíos venidos de
los países árabes o de la Europa del Este de su
historia, reducida a algunos párrafos mal impresos en
los libros escolares, los ha separado de sus tradiciones, les
ha prohibido sus acentos reemplazándolos por una pronunciación
seca y neutra del hebreo, les ha enseñado a despreciar
aquello de lo que fueron hechos y a avergonzarse de sus culturas.
Y de ello se deriva una de las grandes contradicciones del sionismo,
que la nación que ha creado no es judía. Es una
nueva nación, la nación israelí. El
judío
nuevo ya no es judío, es israelí. El sionismo
no tiene sentido sino por aquello que define como nación
judía, que es su razón de ser, su única
justificación. Al cortar todas las raíces con las
herencias judías y con sus culturas, el sionismo ha roto
la continuidad y se ha perdido en una nueva identidad que se
ha convertido en la negación de su proyecto original.
Por ello ha sido necesario volver de nuevo a la religión
[5].
Otra paradoja del sionismo, movimiento laico e incluso antirreligioso,
es que tras dos generaciones ha engendrado un Estado en el que
la religión juega un papel central no solamente sobre
el plano político sino, sobretodo, en el plano cultural,
simbólico y de la identidad. Si el Estado de Israel no
es una teocracia, la religión judía no es menos
una religión de Estado. En efecto, únicamente la
religión es capaz no solo de dar a la vez una definición
que incluya a los judíos de Israel y a los de la diáspora
(es judío quien ha nacido de madre judía) sino
también un sentido y una legitimidad al Estado sionista.
Golda Meir, mujer profundamente laica, lo explicó claramente
en 1970, en un debate en la Knesset:
"[...] más que nada en este mundo valoro una cosa:
la existencia del pueblo judío. Esto me merece más
importancia que la existencia del Estado de Israel o que el sionismo;
porque sin la existencia del pueblo judío los otros dos
[Israel y sionismo] ni son necesarios ni posibles... No soy una
persona religiosa pero nadie arrancará de mi mente la
convicción de que sin nuestra religión hubiéramos
sido como otros pueblos que habiendo existido una vez desaparecieron
después... ¿Sugiere Ud. que en el 22 aniversario
del Estado judío arrojemos el manto del rezo?" [6]
Al querer dar otra definición de judío, el sionismo
se ha situado ante una elección: o la ruptura con el judaísmo
y la creación de una nueva nación -la Nación
Israelí- o el retorno a la religión como elemento
constitutivo y permanente del nacionalismo judío. El primer
caso, significa reprimir las aspiraciones culturales de la mayoría
de la población judía en Israel; el segundo, crea
una realidad política inviable para aquellos que aspiran
a una sociedad libre y laica.
Las dos vías de la separación
El Estado judío, tan étnicamente puro como sea
posible, es la esencia del sionismo político y el cimiento
del consenso nacional israelí. La exclusión o la
separación, como se le denomina en el debate público,
es el objetivo común tanto de la derecha como de la izquierda
sionistas. Si el general Zeevi, del partido Modelet habla abiertamente
de desalojar, Rabin dice que "sueño con ver que Gaza
se hunde en el mar", y A.B. Yehoshua, que no es solo un
gran escritor sino también el padre espiritual del movimiento
pacifista israelí, pude decir sin sonrojo "Imaginemos
una situación idílica en la que los árabes
no existiesen [...]". Proyecto político o sueño,
por medios violentos o por la negociación, los sionistas
quieren un Estado con los menos árabes posibles.
El gran debate común de la izquierda y la derecha sionista
después de decenios gira en torno a los medios para alcanzar
ese objetivo. Por la derecha, todo territorio palestino ocupado
debe ser integrado al Estado judío, su población
indígena debe estar abocada a ser eso que se llamaba en
la época bíblica
residentes autóctonos,
sin derechos civiles y sometidos. Situación transitoria
en tanto que se produzca un milagro más o menos provocado
por el que, como en 1948, los árabes
desaparezcan
más allá de las fronteras. Para la extrema derecha,
no hay que esperar a que se produzca el milagro cuando los palestinos
se organizan en movimientos de liberación nacional y de
resistencia a la ocupación sionista; en consecuencia,
hay que planificar el desalojo de la población. Los partidarios
más reconocidos del desalojo no vienen de la derecha tradicional
sino del Palma'h, las tropas de elite de la izquierda sionista.
En efecto, los Zeevi, los Eitan los Rabin, fueron quienes planificaron
y ejecutaron la política de desalojo en 1948 y, quienes
desde entonces no han dejado de soñar con lo que para
ellos representa el acto formador del Estado judío.
Los laboristas y, en general la izquierda sionista, quieren
la separación sin violencia ("transferir a la población
no es realista", dicen), un Estado judío
[7]
y democrático. Es por ello que [la izquierda sionista]
prefiere menos territorio que un Gran Israel con un millón
y medio de árabes palestinos. La izquierda sionista (Paz
Ahora, Meretz) se ha distinguido en el curso de los últimos
diez años por eslóganes del tipo: "Queremos
la paz con los palestinos porque es el único modo de alcanzar
la separación"; "debemos abandonar los Territorios
Ocupados porque no queremos un millón y medio de palestinos
en nuestro seno"; "el peligro demográfico el
más grave de los problemas de seguridad"; y sobre
todo: "un Estado con un millón y medio de palestinos
no será ni judío ni democrático".
La Declaración de Principios de Oslo constituye, después
del desalojo de 1948, la victoria más clamorosa del sionismo
pues permite mantener el control y proseguir la colonización
de los TTOO a la vez que asegura una separación entre
las dos comunidades que contrariamente al
apartheid sudafricano,
no ha sido impuesto a los palestinos sino aceptado por su dirección
nacional como un elemento de su liberación y de su soberanía.
No se puede excluir la hipótesis de una nueva partición
de Palestina entre dos Estados soberanos y esta es ciertamente
la apuesta que Yaser Arafat y sus colegas hicieron cuando aceptaron
firmar la DPO y los Acuerdos de El Cairo. Por tanto, el año
que acaba de transcurrir no deja resquicio a la duda: lo que
se pone en marcha tras la firma de la DPO no es el embrión
de un Estado palestino soberano, sino un sistema de
apartheid
basado en
bantustanes gestionados por una administración
y una policía palestinas. El control y la fuente de autoridad
siguen en las manos del Estado de Israel que delega una parte
de sus poderes a la Autoridad Palestina (AP). Cuando quiere,
el gobierno hace entrar sus tropas en los territorios palestinos
autónomos; cuando quiere, abre o cierra las
fronteras
entre esos territorios e Israel; cuando quiere y en función
de las necesidades de su mercado laboral, autoriza a un cierto
número de trabajadores palestinos a entrar en territorio
israelí.
Todo esto recuerda naturalmente a África del Sur, con
una diferencia: a la inversa de múltiples tentativas anteriores,
es el propio movimiento nacional palestino y no los colaboradores
de la Liga de los pueblos o los notables pro-jordanos quien ha
avalado el nuevo sistema de
apartheid. Como si Nelson
Mandela y el Congreso Nacional Africano hubiesen aceptado jugar
el papel de Buthelezi.
Para Rabin y su equipo, el sistema puesto en marcha por la
DPO es ideal pues permite mantener el gran Israel, que incluye
el conjunto de las colonias de población [judía]
en Gaza y Cisjordania. Este sistema crea una separación
entre israelíes y palestinos, lo que garantiza el carácter
judío del Estado de Israel y obtiene la aceptación
de la OLP de este sistema de
apartheid, confiriéndole
un carácter democrático ("Es la elección
de la dirección legítima y reconocida de los propios
palestinos").
El Estado nacional judío en el gran Israel toma forma
de una separación sin partición, es decir, una
realidad binacional regida por un sistema de
apartheid.
Es menos eficaz que el desalojo pero ciertamente más realista,
al menos, por el momento.
El principio de simetría
Desde 1967, la OLP fundó diferentes programas propuestos
para resolver el conflicto israelo-palestino basados en el principio
de igualdad.
Una persona, un voto, esta era la fórmula
que emergió del programa para una Palestina democrática
y no confesional para musulmanes, cristianos y judíos.
La debilidad de esta fórmula -evadir el carácter
nacional de la cuestión israelí y, por ello, la
necesidad de una solución que reconociese los derechos
nacionales de los israelíes- fue corregida en diversos
programas que desarrollaron el concepto de una Palestina binacional.
Tanto en un caso como en el otro se mantiene a la vez un cuadro
unitario y una igualdad entre las diferentes comunidades (nacionales
o étnico-religiosas) que habitan Palestina.
Al proponer su compromiso histórico en el curso del
Consejo Nacional Palestino de 1988, la OLP aceptó el principio
de la partición, asimismo basado en el principio de igualdad:
dos naciones, dos Estados. La respuesta del gobierno israelí
a este compromiso histórico, la que se define después
del 13 de septiembre, se basa en el principio de desigualdad.
Israel mantiene el poder y concede a los palestinos el derecho
de administrar sus asuntos internos, es decir, el derecho a la
autonomía.
El concepto de autonomía no es nuevo pero la utilización
que de él hace el régimen sionista es original.
La autonomía es un derecho acordado con una minoría
en favor de sus derechos civiles. Es la igualdad más la
autonomía con el fin de garantizar sus especificidad cultural
o nacional. En el caso israelí, es la autonomía
en lugar de la igualdad. En lo que concierne a la aplicación
del principio de igualdad respecto a la cuestión israelo-palestina,
sólo existe una alternativa: la de la autodeterminación
nacional, es decir, un Estado nacional israelí y un Estado
nacional palestino, o la del Estado unitario y binacional. La
autonomía palestina tal y como se diseña en la
actualidad es el reconocimiento de una minoría en el marco
del Estado judío sin reconocerle los derechos civiles
ni el derecho a la autodeterminación.
El periodista Yair Sheleg resume perfectamente ese principio
que guía la DPO:
"Hay que acabar con el modelo de compromiso territorial
y volver al viejo modelo, elaborado por Dayan y Peres de compromiso
funcional [...]. No hay razón para oponerse a la existencia
de símbolos como una bandera, un himno nacional, una moneda
o los sellos; ni tampoco hay razón de alterarse si los
palestinos denominan a eso un Estado; pero es imperativo que
no tengan soberanía sobre el territorio. [...] La situación
muy particular que caracteriza las relaciones entre nosotros
y los palestinos, es decir, entre dos pueblos que reivindican
exactamente la misma tierra, no puede ser resuelta, como en el
caso de las negociaciones entre dos Estados 'normales', por un
trazado de fronteras. Este es un conflicto intercomunitario que
exige no la delimitación de una frontera geográfica
sino la delimitación de responsabilidades" [8].
La soberanía para Israel y la administración
cotidiana para los palestinos y, si insisten, una banda militar
y desfiles.
Cada vez parece más posible que "la situación
muy particular que caracteriza las relaciones entre israelíes
y palestinos" convierta la partición en caduca. Después
de más de diez años el investigador Meron Benvenisti
no cesa de clamarlo cuando habla de una situación irreversible
creada por más de dos décadas. Si ese es el caso,
la labor de los verdaderos pacifistas israelíes consiste
en poner en el orden del día la igualdad de derechos civiles
y nacionales.
En efecto, mientras la ocupación no se enmascaró
de
proceso de paz se podía poco a poco convencer
a una parte de la opinión pública israelí
de que la retirada de los TTOO era necesaria para lograr poner
fin a una situación que se hacía cada vez más
difícil para la población israelí. La retirada
de los TTOO parecía la única alternativa a la ocupación.
Con la DPO, la situación se complicó: la retirada
de las fuerzas armadas israelíes de zonas habitadas -y
todo indica que esta parte de la DOP será, pronto o tarde
aplicada por el gobierno de Rabin porque es el interés
de su gobierno y de su ejército- redujo sensiblemente
el precio pagado por Israel por mantener su control sobre el
conjunto de Palestina; la colaboración de la OLP en el
proceso iniciado en Oslo creó la ilusión de que
la ocupación tocaba a su fin.
La lucha contra la ocupación que se había identificado
contra la lucha por la partición, se convirtió
en un combate por la separación. El bloqueo criminal de
los TTOO que desmantela el tejido social, económico y
nacional palestino se presenta como un factor de progreso ya
que significa más separación. Paralelamente y con
el fin de justificar el mantenimiento de la ocupación
por un periodo indeterminado, la mayoría de los israelíes
subrayan la imposibilidad de crear una frontera según
las líneas del armisticio en vigor hasta el 5 de junio
de 1967. En otros términos, en Israel se ha creado un
nuevo consenso, esta vez a favor del sistema de
apartheid:
Estado judío más separación en el Gran Israel.
Este nuevo consenso y, sobre todo la realidad que parece instalarse
a fin de siglo, exige para los palestinos en primer lugar pero
también para todos aquellos que en Israel rechazan ser
cómplices, hacer un nuevo viraje estratégico y
retornar a lo que fue siempre la elección de los palestinos
y de los progresistas israelíes: un Estado democrático
y binacional.
Mientras que la separación significa la soberanía
nacional sobre un territorio independiente, no se puede ignorar
el aspecto retrógrado que esconde este concepto. Después
de la DPO, el principio de separación no se adorna ya
de los atractivos del derecho a la autodeterminación sino
que se revela como una decisión unilateral de exclusión.
Si en 1947 los palestinos rechazaron la partición, tras
el compromiso histórico de 1988, se constata que Israel
no lo había aceptado más que en la medida en que
en Tel Aviv se sabía que los palestinos lo rechazarían.
Una vez aceptada por los palestinos, los dirigentes israelíes
rechazan la partición. Ha llegado pues el momento de ir
más allá de las mitificaciones ideológicas
para aprehender la realidad material: el gran Israel existe y
es un Estado judío. El combate del próximo decenio
será el combate contra el
apartheid y por un Estado
democrático y binacional.
Notas:
1. Leo Pinsker, en su obra
Auto-émancipation, explica que el antisemitismo
es un fenómeno genético en el sistema biológico
de los no judíos.
2. Golda Meir llegó a declarar que mucho del antisemitismo
era negativo pues desembocaba en la destrucción de los
judíos, pero que la ausencia de antisemitismo lo era igualmente,
pues amenazaba con la asimilación y que por tanto debía
de existir una cierta dosis de antisemitismo.
3. Herzl no dudó en negociar con el ministro antisemita
ruso Plehve argumentando que más allá de la defensa
de los intereses de Rusia en la región, el sionismo sería
un buen medio para desembarazarse de los judíos.
4. Hace tres años, el director general del Departamento
de inmigración de la Agencia Judía, que había
sugerido un puente aéreo para hacer venir en algunos días
a la comunidad judía de una de las repúblicas asiáticas
de las ex URSS donde se estaban llevando a cabo combates entre
dos etnias rivales, respondía a un periodista de la televisión
israelí que le preguntaba si esos judíos habían
sido consultados sobre su venida a Israel: "No merece la
pena preguntarles, ¿quién no querría regresar
a su patria?"
5. Akiva Orr: "Generations and cultures in Israel",
ISRACA, Janvier, 1973
6. Knesset Debates, vol. 13, p. 770, debate del 9 de febrero
de 1970.
7. En 1988, la campaña electoral del partido Laborista
mostraba mujeres árabes encinta y explicaba que era necesaria
una frontera entre israelíes y palestinos para contener
el peligro demográfico. Esta campaña dio
un mandato suplementario al partido del transfer de Rehav'am
Zeevi.
8. Haaretz, 29 de noviembre de 1994.